lunes, 1 de febrero de 2010

Necesidades especiales

Sábado a mediodía. Afuera, la ciudad transcurre con la rutina de un fin de semana más. Adentro, el espejo de una habitación cualquiera de un lugar cualquiera refleja dos cuerpos. Dos personas, dos perfectos cabrones, dos mundos opuestos y con pocas similitudes que, sin embargo, han decidido en ese momento darse el todo por el todo. No son neófitos, cada uno sabe lo que hace con el otro. Con un largo camino recorrido en esto de las artes amatorias, cada quien pone de sí para no dejarse aventajar por el semejante. La temperatura se eleva, el sudor corre. Las manos suben y bajan, entran y salen, en una labor ardua y ansiosa de reconocimiento del terreno, de encontrar el punto exacto en el cual doblegar al otro y hacerlo pedir más. Los dedos se entrelazan, las manos estrujan, los brazos rodean, las lenguas se encuentran, exploran cada rincón buscando respuesta en forma de un suspiro, un quejido leve o un gemido profundo. Los labios se funden en un beso. Los besos se vuelven peregrinos. Recorriendo geografías corporales bajan por el torso, se entretienen en la curva de la espalda y hallan al fin destino entre las piernas del contrario. Los cuerpos se admiran, se desean, se dicen cosas al oído. A sabiendas de que hay condicionantes.

“Soy tuyo aquí y ahora” fue lo que Número 1 dijo desde un principio. Número 2 dijo aceptar los términos. En el fondo, muy a su pesar. Pero ¿para qué se hace el tonto? Ya sabía que a eso iba, y que de eso no pasaría. Así que ¿por qué esa sensación de tristeza? Número 2 está siendo muy ingenuo…y muy inmaduro. Al final, acepta la situación. Después de todo, si es “aquí y ahora” hay que hacer que valga la pena. Y Número 2 se esmera. Número 1 se abandona a las sensaciones que éste le provoca. Que son muchas. E intensas. Los movimientos se tornan más urgentes, menos controlados. La habitación se llena de murmullos, quejidos, suspiros, resuellos, gemidos. Las caderas van y vienen. Arriba, de lado, de frente, de rodillas, de espaldas. Ambos se entregan sin reservas. Los cuerpos se embisten, sus dueños se sorprenden mutuamente de lo que son capaces de hacer. Y entonces ocurre. Número 1 estalla en un orgasmo intenso, incluso espasmódico. Número 2 hace lo propio. Ambos se desploman, exhaustos. Pero satisfechos.

Número 1 tiene que irse. Hay alguien más que lo espera. Con quien comparte sus días y la mayor parte de las noches. Se viste casi de inmediato. Un breve abrazo de despedida y un hasta pronto. Y se va…..Número 2 se queda, en medio de una apacible tristeza, tonta nostalgia anticipada. Sonríe levemente para sí. Gira la cabeza hacia la almohada contigua, ahora vacía. Uno más…¿o es acaso uno menos??

Es muy probable que nunca vuelvan a verse. Al menos no en persona. Al menos no tan cercanamente. Sin embargo, cabe la ligera posibilidad (sí, muy ligera), de que cada quien se cruce por los pensamientos del otro. Aunque sea de forma fugaz. Y que ese sábado a mediodía en una habitación cualquiera de un lugar cualquiera sea recordado. Y que ese recuerdo trascienda lo momentáneo y lo intangible. Tal vez, sí. Sólo tal vez..

 
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